Mi visita a la ciudad de Granada inicialmente no era muy cultural. El motivo de mi viaje era visitar a una amiga que estaba estudiando allí. Así pues, mi intención era verla a ella, la ciudad quedaba en un segundo plano.

Sin embargo, al acabar el viaje, me di cuenta de que realmente la ciudad de Granada es un tipo de ciudad que se cuela en todas las experiencias que vives en ella, se vuelve parte de la aventura, y sus calles y cobijos no pueden darse por excluidos en ningún momento. Su vitalidad, su sencillez y sobre todo su belleza te dejan aturdido.

Sentía la necesidad de sacar una foto en cada uno de los rincones tan mágicos que encontraba andando por la ciudad. Cada escondrijo tenía su encanto y estaba sellado con su peculiaridad: un grupo de macetas colgando de la pared, un balcón con más flores que espacio, un joven músico tocando el violín, una palmera que pintaba una bonita sombra a contraluz. Todo desprendía un tipo de magia que hacía que te quedaras embobado en cada paso que dabas. Intentar ver la Alhambra des de todos los rincones de la ciudad se convirtió en mi obsesión. Y es que no creo que haya algo más bonito que la Alhambra iluminada, tanto de día como de noche.

Otra de las cosas que me cautivó fue su vitalidad. Mi visita era entre semana, así que pensé que no podría llegar a conocerla en su esencia, ya que el movimiento en las ciudades suele empezar los fines de semana. Estaba totalmente equivocada, Granada desprende vida de lunes a domingo. Sentía que allí la vida más que fácil, era simple. Creo que nunca había visto unos bares tan llenos, de sol, de cervezas y comidas, de risas, de miradas de complicidad y de pura satisfacción de estar allí, simplemente viviendo.

No podría encontrar mejor manera de describir la ciudad de la que eligió Antonio Machado: “Todas las ciudades tienen su encanto. Granada, el suyo y el de todas las demás”.

Clàudia Coll

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